Migrantes y ciudad: espacios de oportunidad
Marcela Ruiz-Tagle Directora de Estudios de Corporación Ciudades
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Marcela Ruiz-Tagle
Lo que ocurre en la Región de Tarapacá, donde vemos filas de extranjeros que portan consigo lo que les va quedando de pertenencias, aviones con personas expulsadas y la angustia de algunas comunidades que habitan esos territorios porque se sienten inseguras, nos hace recordar que las crisis humanitarias siguen siendo la principal causa de movilidad en todo el mundo.
Chile es un país de tradición migrante, con hitos como lo que ocurrió en el siglo XX, cuando el barco Winnipeg permitió la llegada de quienes huían de la guerra civil española, lo sucedido con los palestinos que formaron en Chile su comunidad más grande fuera de Palestina, o lo que acontece con los ciudadanos haitianos, que también eligieron nuestro país para intentar un nuevo comienzo en otras tierras.
Las desigualdades entre países también generan migraciones, pues ciudades más prósperas se convierten en polos de atracción para quienes aspiran a mejorar su condición económica y calidad de vida. Este segundo tipo de migración ocurre permanentemente, a diferencia de la generada por crisis humanitarias cuya naturaleza es transitoria. Hoy concurren ambos fenómenos, elevando al menos a un 8% la presencia de extranjeros en nuestra población. En promedio son más jóvenes y con mejor educación. Seis de cada diez tuvieron como destino final el Gran Santiago, donde se desarrolla la mayor diversificación de actividades -y por lo tanto de oportunidades- económicas.
Regularizar de forma rápida y eficiente por sobre obstaculizar o criminalizar, debiera ser el foco de un país que envejece rápido como Chile y que aboga por la integración económica y financiera, donde también se conjugan factores sociales. Lo anterior permitiría una inserción más ágil a los mercados laborales y financieros, así como mejorar la capacidad de arrendar o adquirir viviendas dignas, acotando los mercados informales que evaden impuestos y eternizan el hacinamiento.
Los beneficios de la inserción de los migrantes se manifestarán en el mediano y largo plazo, cuando sus decisiones de consumo, inversión y localización sean como las de cualquier ciudadano residente. Cuando logren cerrar el ciclo de su integración. Hoy en cambio es cuando se les ve en su máxima fragilidad, durmiendo en carpas o trabajando informalmente en las calles. Por ello es importante que este proceso sea comprendido de manera integral y gestionado adecuadamente por las autoridades territoriales. El Estado, por su parte, debiese considerar el factor migratorio para transformar de una vez el ya desigual y obsoleto sistema de financiamiento municipal, que hoy sólo aumenta brechas per cápita en comunas que reciben más inmigrantes.
Si logramos que los extranjeros que eligen Chile puedan manejar sus vidas en libertad, con capacidad de endeudamiento y acceso a créditos de consumo e hipotecarios, con la posibilidad de arrendar con contratos legales y de decidir dónde van o aspiran a vivir, será otra forma de inyectar dinamismo y renovación a nuestras ciudades, estando a la altura además de nuestra historia como país de migrantes.